13.1.06

Panorámica

Se levanta unos minutos después de aquel sol que se ha asomado sobre los techos de chapa.
Camina cinco cuadras de tierra colorada por la ribera del río, antes de llegar a la ciudad.
El tobillo le duele, así que camina despacio, tratando de encontrar cascadas de sombras en la tierra que se ensancha.
Antes de llegar al centro, ya tiene sed. Una sed antigua y gastada. Una sed ancestral que parece no acabarse jamás. Ya que el agua se deshace en su boca antes de que abra los ojos y sienta la botella vacía en sus manos. El agua se termina, la sed no.
Después de la cuarta cuadra empieza la subida, no se puede descubrir el borde de la calle y la última casa se convierte pronto en todo el horizonte que él podría llegar a tener.
Una señora lo saluda. Él le sonríe y sigue caminando. Hace tiempo que sus días no tienen historia, que no puede diferenciar los lunes de los jueves, ni recuerda sus caminatas anteriores por esa misma calle de tierra. Viaja sin mochila. En realidad no es muy seguro que realmente esté viajando. Quizás sea el resto de la tierra y del mundo el que viaja mientras él permanece ahí y por eso no recuerde los paisajes. Ni los días. Y las mañanas se mezclen.
Tal vez el mundo tampoco lo recuerde cuando se lo cruce una mañana y lo vea ahí parado, con una obstinación envidiable, lleno de sed a la ribera del río.